domingo, 14 de febrero de 2010

La Virgen y los pobres de América Latina.

La Virgen vive de un modo especial en el corazón del pueblo latinoamericano. En su vida, en sus luchas cotidianas, nuestro pueblo tiene siempre presente a la Madre del cielo. En Ella busca consuelo, esperanza, fuerza para seguir adelante. Es frecuente en nuestro continente ver en los santuarios o en las ermitas de la ciudad quienes se detienen a contemplar con “una mirada entrañable a una imagen querida de María” (DA 261). Esto se ve acentuado entre los más pobres, las muestras de cariño y la súplica confiada a la Madre de Dios son moneda corriente entre ellos. Mirando esta presencia especial de María en la vida del pueblo, no parece exagerado pensar que hay un amor muy especial de Ella hacia sus hijos más pobres de Latinoamérica. Ella les toca el corazón, los llama, los reúne como hermanos y les da el consuelo necesario para los sufrimientos de la vida. En el dolor, en la angustia, Ella les repite incansablemente al oído: “¿No estoy yo aquí, que soy tu Madre?” (Nican Mopohua, 119).

Para el acompañamiento pastoral de nuestro pueblo, nos parece valioso reflexionar sobre esta relación tan especial que tiene la Madre de Dios con sus hijos más pequeños. El padre Rafael Tello consideró teológicamente muchos aspectos de la vida del pueblo, entre ellos solía destacar la relevancia que tenía este amor entrañable entre la Virgen y los más pobres de América Latina. En este pequeño folleto intentaremos presentar algunas de sus enseñanzas sobre este tema.

Tomaremos tres ideas que nos parecen centrales en la reflexión de Tello a este respecto y las desarrollaremos en sendos apartados. El primer punto tratará de la presencia de la Virgen en el proceso histórico de Latinoamérica. En nuestro continente, como fruto del mestizaje entre el indio y el europeo, nace una nueva forma cultural de vivir la fe cristiana, Puebla lo llama una “originalidad histórica cultural” (DP 446). Juan Pablo II lo decía al inaugurar la Conferencia de Santo Domingo: “En los pueblos de América, Dios se ha escogido un nuevo pueblo”. Este pueblo mestizo desciende de los primeros aborígenes, que tomaron la fe del español, aunque no tomaron su modo de vida. Revisando la historia de la evangelización de América puede verse que la Virgen jugó un papel determinante en la configuración religiosa de este nuevo pueblo. Tanto, que Juan Pablo II dirá que Ella y “sus misterios pertenecen a la identidad propia de estos pueblos y caracterizan su piedad popular”.

En el segundo apartado veremos la significación teológica que encierra una de las devociones más populares en América Latina: la Inmaculada Concepción. Tello cree que el pueblo es profundamente realista en cuanto a la presencia del pecado en su vida, por eso pone fervientemente sus ojos en la Inmaculada, aquella inocente a la que el mal no pudo manchar. En ella encuentra consuelo ante el dolor que causan las heridas del pecado y recupera la inocencia perdida.

El último punto tratará de la unidad indisoluble que hay entre Jesucristo y su Madre. Intentaremos mostrar teológicamente que el pueblo al amar tan intensamente a la Virgen no está cometiendo un acto de idolatría. Cristo nos dejó a María como madre nuestra, y está tan unido a ella que puede decirse –en sana doctrina católica- que Cristo sólo no existe. Pensar que el hombre puede llegar a Dios uniéndose a un Cristo aislado de María es caer en un falso cristocentrismo. Este prejuicio se ha extendido mucho entre los agentes de pastoral, tal vez por una sutil influencia de la mentalidad protestante. Nuestro pueblo es ajeno a estas discusiones teológicas pero sabe que la Virgen está estrechamente unida a Dios y que al amar a la Virgen está amando a Dios.

1. La Virgen en la evangelización de América Latina

1.1 Presencia de María en el proceso histórico de Latinoamérica.

La Virgen María, a través de sus distintas advocaciones, está muy presente en el proceso histórico de Latinoamérica. En 1531, pocos años después de la llegada de los españoles, se iba anunciando el futuro mestizaje, en las calles de Tenochtitlán deambulaban abandonados los primeros niños mestizos, “buscando de comer lo que dejan los puercos y los perros”. Es ahí cuando, en la tilma del indio Juan Diego se aparece milagrosamente la Virgen de Guadalupe tomando el rostro de los más sufridos: un rostro mestizo. En esa misma década –y como consecuencia de esta aparición- comienzan los indios a acudir masivamente a pedir el bautismo, un cronista de la época cuenta que “eran tantos los que en aquellos tiempos venían al bautismo, que a los ministros que bautizaban, muchas veces les acontecía no poder alzar el brazo”.

Desde Guadalupe la presencia de la Virgen se extenderá a todo el continente. En 1536, en Cuzco la aparición de la Virgen de la Descensión en defensa de los españoles que con su luz y su belleza comienza a convertir a los indios. Más tarde, en 1651, la Virgen con el Niño en brazos se aparece a una de las numerosas tribus indígenas de Venezuela, la de los indios cospes en Guanare, en continua guerra con los españoles. Luego se trasladó a Coromoto y hoy es patrona de Venezuela. En Argentina, en 1630 se produce el llamado milagro de Luján que impacta sobre todo en el pueblo pobre representado en el Negro Manuel, y que llega a interesar a gente de mayor posición social, pero no precisamente de conducta “ejemplar”. También la Virgen del Valle y la de Itatí acompañan al pueblo argentino desde el siglo XVII.

Siempre estas manifestaciones comienzan entre los más pobres, y desde ellos se extiende al resto. Tello lo explica con llaneza en un encuentro con sacerdotes en 1985: “María, evangeliza a través de la imagen, desde los pobres. Creo que es un elemento fundamental. No se hace al margen de la jerarquía, pero se hace desde los pobres. Al indio Juan Diego lo manda a hablarle al obispo. En Venezuela le dice andá bautizate. En Luján la traslada la jerarquía a Luján. No en contra de la jerarquía, no al margen de la jerarquía, sino con la jerarquía. Da la impresión que le cuesta mucho más a la Virgen mover a la jerarquía que mover al pobre. Esto también tenemos que aplicárnoslo nosotros”.

Todo esto nos permite hablar de una especialísima intervención de la Virgen en la evangelización de América, María –a través de sus imágenes- está en la raíz de la primera evangelización. Juan Pablo II dirá que “América Latina se ha convertido en la tierra de la nueva visitación. Porque sus habitantes han acogido a Cristo, traído en cierto sentido en el seno de María” . Contemplar esta obra de Dios en nuestro continente es lo que lo lleva a Tello a afirmar que es la Virgen quien evangelizó a América, o mejor, que “Dios le dio América Latina a la Virgen” .

1.2 María es la Madre que reúne sus hijos

Cuando había llegado la hora en que consumaría la obra del Padre, pocos segundos antes de proclamar que todo se ha cumplido y entregar su espíritu, Jesús nos deja a su Madre como Madre nuestra. Ese “Ahí tienes a tu Madre” (Jn 19,27) que pronuncia en la cruz es mucho más que una preocupación piadosa de Jesús hacia su Madre. Como explica R. Brown se trata de una fórmula de revelación: “En estas fórmulas, el personaje que habla revela el misterio de la especial misión salvífica que habrá de asumir aquél a quien se dirige (por ej. Juan Bautista. ‘He aquí al Cordero de Dios’ o en sinópticos: ‘Tú eres Pedro’). La filiación y la maternidad que se proclaman de este modo desde la cruz tienen un valor definido en los planes de Dios y guardan relación con lo que acontece al ser elevado Jesús sobre la cruz. El versículo que sigue en Juan a este episodio sugiere que hay en todo ello un significado más profundo: ‘Después de esto sabiendo Jesús que todo quedaba terminado’. La decisión tomada por Jesús con respecto a su Madre y al discípulo amado viene a completar la obra que el Padre le había encomendado y sirve para dar cumplimiento a la Escritura”.

En estas últimas palabras de Jesús, la tradición católica ha interpretado que se nos revela la maternidad espiritual de María sobre los creyentes. Al pie de la cruz, en la hora en que somos creados de nuevo, somos engendrados –ahora sí con dolores de parto- como hijos de la Virgen. Cristo nos “atrae a todos hacia sí” (Jn 12,32) y nos envía hacia ella: “Ahí tienes a tu madre”. Vamos a María porque es la voluntad de Dios y en Ella encontramos a Cristo. Los pueblos de América Latina han aprendido a ir “A Cristo por María”. A esta conocida fórmula, Tello solía complementarla con la expresión “A María por Cristo”, ya que recurrimos a María porque Cristo así lo manda.

Y es Ella quien, como una madre con sus hijos, va reuniendo al pueblo a su alrededor. El indio que ve destruido su orden social por la conquista, a través del bautismo y de la Virgen va encontrando un lugar. Esto lo explicaba el padre Tello a un grupo de sacerdotes en 1977: “En la fe lo que es anunciado en un lugar central es María. María es precisamente la madre, y después es virgen. Y la madre es el regazo protector, la madre es la que acoge, la que reúne, la que protege, la que de algún modo pone un calor humano. La figura de María como madre en un mundo de hombres tan desamparados, tan destruidos en su vida comunitaria, tan sin nombre... la Virgen es la que acoge, la que reúne, la que de algún modo da ese calor maternal. Y la que a través del bautismo, -a través de su Hijo, por eso María va a ser siempre la que da a Cristo, la que por medio de Cristo; y a Cristo se lo recibe, se participa de Cristo por el bautismo- hace formar parte de una comunidad humana.

No solamente forma parte de la comunidad de los hijos de Dios como comunión de los santos, sino que es por medio de María que se siente la participación en una comunidad humana. Es por mediación de María que el indio experimenta, tiene la experiencia de volver a ser miembro de una comunidad sensible, histórica. Y es también a través del bautismo, Cristo, y la mediación de María la Madre, por quien el indio recibe una identidad, un nombre, se reconoce a sí mismo… Lo que le pasó al indio se repetirá en el mestizo y se sigue repitiendo en el pueblo criollo... María siempre ha estado sigue y seguirá estando en nuestro pueblo como lo estuvo con el indio y con el mestizo”.

El milagro de Luján también atestigua este nucleamiento del pueblo alrededor de la Madre. Con un comienzo muy modesto, unos troperos (que muy probablemente eran contrabandistas) y un negro esclavo, poco a poco y comenzando por los más pobres fue formándose un pueblo en torno a la pequeña imagen de la Inmaculada. “La primera fundadora de esta villa” reza la rayera. Tello ve aquí que la función de la Virgen de Luján es ayudar a la fundación de la Nación: “La Virgen nace claramente con una intención de formación o ayuda para constituir el pueblo argentino… Aunque cuando aparece la Virgen no existe la Argentina, yo creo que se puede decir que la Virgen nace para formar la Argentina, para ayudar a la formación de ella. Primero actúa en un radio reducido de gente pobre, la cuida un negro esclavo… Luego es trasladada a Luján por Ana de Matos (una viuda alegre que tenía tres hijos que no eran de su marido dice Presas)… A través de ella, la Virgen de Luján es la primera fundadora de la Villa de Luján. Y Luján es un lugar de avanzada contra los malones de indios. Tiene una importancia religiosa muy grande, de tal modo que los próceres de la patria van a Luján a buscar la protección de la Virgen. Por ejemplo en las invasiones inglesas Pueyrredón va Luján, Belgrano antes de ir a defender la navegación de los ríos en el norte, crea la bandera después de pasar por Luján; hay varios casos…”.

1.3 Las imágenes marianas y la evangelización

Las imágenes religiosas –especialmente las marianas- juegan un papel muy importante en la evangelización de América. Para el pueblo, la Virgen no es simplemente María considerada universalmente. El pueblo reconoce a la Virgen en advocaciones concretas, ligadas a su proceso histórico y generalmente ligadas de modo milagroso a un lugar.

Las imágenes de la Virgen entran a formar parte de la identidad histórica de cada población. De tal modo, que Puebla enseña que la identidad latinoamericana “se simboliza muy luminosamente en el rostro mestizo de María de Guadalupe que se yergue al inicio de la Evangelización” (DP 446). En ella se identifican como hermanos frente a otros (esto es muy notable en las comunidades de bolivianos, peruanos y paraguayos que viven en Argentina, traen sus imágenes y recrean sus identidades alrededor de sus fiestas).

La importancia de las imágenes para la evangelización está largamente atestiguada en la tradición de la Iglesia. Ya el II Concilio de Nicea (año 787) decía que “el honor de la imagen, se dirige al original, y el que adora una imagen, adora a la persona en ella representada” (Dz 302). Creemos que esto mismo es lo que vive intensamente el pueblo latinoamericano. Ante las efusivas muestras de amor a la Madre que se ven en nuestro pueblo, no parece desproporcionado pensar que tanto cariño y tanta emoción brotan del sentimiento de estar ante la mismísima Virgen en persona.

La medalla de la Virgen. La teología de Tello es efectivamente orientada hacia la pastoral. Por eso, no se conformaba con explicar la relevancia de las imágenes marianas para la evangelización, iba más allá y promovía que se fabricaran imágenes bellas y a bajo costo para que se difundan entre los más pobres. El lema era “En cada casa una imagen, en cada barrio una ermita”, a lo que luego se agregó “en cada pecho una medalla”.

Una especial riqueza encontraba Tello en la costumbre popular de llevar una medalla de la Virgen. En un encuentro con sacerdotes en 1985 decía: “¿Qué es llevar la Virgen? Llevar la Virgen colgada al cuello, es llevar la Virgen sobre la carne, sobre el cuerpo. Tal vez ustedes no lo hayan advertido pero a mí me parece que la gente del pueblo cuando quiere llevar la Virgen es eso: llevar la Virgen pero llevarla sobre su cuerpo, sobre su carne; es como sellarse la carne con la Virgen o con Cristo. Me parece que para la gente es muy importante llevar sobre su cuerpo la imagen de la Virgen, para el cristiano popular”.

También explicaba las raíces históricas de esta práctica: “Acá probablemente en el siglo XVIII y manifiestamente en el XIX salió una cinta celeste y blanca con la medida de la Virgen: 38 centímetros, la altura de la Virgen de Luján. ¿Qué es la medida de la Virgen que antes se la llevaba puesta? La Virgen de Luján, los soldados que iban a pelear con los ingleses (los ingleses después los barrían), se ponían la medida de la Virgen. Era una manera como de revestirse de la Virgen. El bautismo reviste de Cristo, pero vaya a saber, eso no se ve mucho. En cambio está revestido de la Virgen. Hoy día revestirse de la Virgen es más visible, más eficaz. Y yo creo que se va a extender mucho. Es revestirse de la Virgen poniéndole la medalla al cuello, con un ceremonial que cambiará supongo, que es muy sencillo, muy lindo, dice mucho. El ceremonial en un principio era: ¿cómo te llamás? El nombre; ‘la Virgen es tu madre’ o ‘¿la quieres aceptar como madre?’; bueno, andá a entenderte con la Virgen. Y que el tipo fuera a ponerse delante de la Virgen. No sé cómo es el ceremonial ahora; cada uno lo inventará a su modo; más o menos era eso”.

2. La Inmaculada y el pueblo pecador

La mayor parte de estas advocaciones marianas con las que se evangelizó a América Latina corresponden a imágenes de la Inmaculada Concepción. La Virgen de Guadalupe es la Inmaculada, del mismo modo que la Virgen de Luján, la del Valle y la de Itatí.

El misterio de la Inmaculada Concepción nos recuerda el especial privilegio que Dios quiso concederle a María, que fue preservada de la deformación del pecado. La Inmaculada es la máxima expresión humana de la inocencia. El arte barroco lo expresa muy bien, generalmente se presenta a la Inmaculada como una jovencita. Por supuesto que María es sin pecado durante toda su vida, tanto de niña, como al pie de la cruz o en el momento de pasar de este mundo al Padre. A pesar de esto, para representar el misterio de su Inmaculada Concepción se la pinta como jovencita, desbordante de inocencia juvenil. Además, María en América es siempre jovencita, “Niña mía” la llama Juan Diego.

En la charla con sacerdotes que citábamos, el padre Tello decía: “Cuando Santo Tomás quiere decir qué es virgen dice: es la frescura juvenil; un prado virgen. Cuando habla de la analogía dice el prado ríe; y estudia la analogía a través de la expresión el prado ríe. Es como un prado verde lleno de frescura, de un verdor que no ha sido quemado por el sol. La virginidad para Santo Tomás es el frescor de una vida y es la juventud de una vida. A través de eso va a expresar la virginidad. Y creo que en la Escritura es eso la virginidad. La Inmaculada no es la Virgen embarazada, sino la inocencia que aparece juvenil, fresca, y por eso no tiene al chico”.

Además, la Inmaculada tiene una actitud de elevación al cielo, está mirando al cielo, tiende hacia Dios. Puede decirse que siempre está en un movimiento ascensional, en tensión hacia lo alto. Esto aumenta la gracilidad de su inocencia, la inocencia de la que no conoció pecado.

Nuestro pueblo percibe hondamente esta inocencia absoluta de la Inmaculada. El pueblo se sabe profundamente pecador, se siente gastado por las heridas del pecado, y encuentra consuelo en la que no conoció pecado. Es como un terreno quemado por el sol que anhela la bendición de la nube cargada de agua.

Decía Tello en la misma charla coloquial: “Nosotros los curas hemos perdido el sentido de la Inmaculada; porque creemos, porque ya está definido. Hemos perdido el sentido humano de la Inmaculada. El sentido de sentirse pecador sin remedio. No temería decir que el pueblo se sabe pecador sin remedio, se sabe pecador hasta el fondo, pecador sin salida; y precisamente por eso es que va a mirar a la Virgen como la Inmaculada, la inocente, la sin pecado”.

Pastoralmente esto tiene muchas consecuencias, la vida moderna tiende a perder el sentido del pecado, incluso los pastores muchas veces nos resistimos a ver la presencia del pecado en nuestro pueblo. En cambio el pueblo es más realista, y porque se siente muy pecador tiene muy presente a la Inmaculada. Desde el barro del pecado eleva sus ojos a la pureza de la Madre e invocándola en el “Ave María Purísima” de algún modo encuentra consuelo, recupera algo de su inocencia. Al confiarse en la “Reina y Madre de misericordia” el pueblo halla la inocencia perdida, según Tello esto es profundamente cristiano ya que la redención es eso, recomponernos de las heridas del pecado y recuperar la inocencia.

La Inmaculada es también la llena de gracia, la mujer llena del amor de Dios, la que enamora a Dios. Aquella en cuya belleza “todo un Dios se recrea”. Como un artista, que obra inspirado por el amor de una mujer, así Dios obra la creación y la redención enamorado de María. Ella está no sólo al principio de la redención, sino también al principio de la creación. La Iglesia aplica a María las palabras de Prov 8,22: “la sabiduría estaba al principio con Dios y jugaba con Dios”. Y volvemos a recurrir a la frescura de las propias palabras de Tello:

“María es la mujer de la cual Dios se ha enamorado e inspirado en la cual y con la cual crea toda la belleza de la naturaleza. Y eso es otra cosa que ve nuestro pueblo. Todo el arte barroco es eso. Toda la naturaleza, las frutas, los animales, las plantas, la tierra, la luna, el sol, toda la naturaleza entra a formar parte de ese culto, de esa relación con Dios. No es una relación con un Dios espiritual y abstracto, sino que es el hombre con toda la naturaleza el que está en relación con Dios…

Nuestro pueblo ve que por la mediación de María la Inmaculada, la llena de gracia, la toda bella, toda la creación está como amasada en el amor de Dios. El amor de Dios se extiende a la creación, a la criatura, a la naturaleza a través del amor a María.”

Por otra parte, la Virgen como mujer nos hace más cercano a Dios. Nuestra gente sabe que Dios es Padre y un Padre creador, pero la figura del padre en nuestro horizonte cultural está ligada a la idea de autoridad, de dominio. Esta figura se vincula fácilmente a la noción de señor. Esto hace que se pueda sentir algo lejano a un Dios que es Padre. En cambio la imagen de la madre remite a la ternura, a la comprensión, al cariño, a la accesibilidad, en definitiva a la cercanía. Son dos aspectos del amor de Dios que se expresan en la distinción de sexos.

María, entonces, es la Mamita Virgen que nos hace cercana, suave, accesible la figura de Dios Padre, nos muestra el “rostro maternal de Dios”. A través de su mirada de Madre se derrama toda la ternura del amor de Dios. María es la mujer que mueve el corazón de Dios, lo acerca a sus hijos, es la que de algún modo hace de puente. Esta es una verdad que ha calado hondo en el alma del pueblo latinoamericano que la invoca como “vida, dulzura y esperanza nuestra”. Dirá Tello: “porque se siente pecador, porque se sabe pecador, porque se sabe que no es digno de Dios, recurre a la ternura, a la accesibilidad, al cariño, a la comprensión de la mujer amada de Dios, que se transforma en la intercesora, el puente, la que hace cercano a Dios al corazón del hombre”.

3. María y Cristo son “uno”

Como ya hemos señalado, la devoción a María se expresa intensamente en nuestras tierras. Al contemplar tanto fervor mariano, algunos creen que el hecho de que las mayores manifestaciones de cariño y devoción sean hacia María es un indicador de que hay una fe “deformada”, que le da más valor a la Madre de Dios que al mismo Dios. Como si en la fe vivida por el pueblo hubiera una preeminencia mariana inadecuada, que lleva a rendirle a María un culto de idolatría.

Rafael Tello meditó profundamente sobre esta cuestión. Él no creía que este afecto del pueblo por la Virgen estuviera fuera de quicio. Más bien veía que el pueblo, al amarla tan intensamente estaba mostrando que percibía –por gracia de Dios seguramente- una verdad de fe muy importante: la Virgen María está indisolublemente unida a Cristo. Para el pueblo, Cristo solo no existe, como tampoco existe la Madre separada del Hijo. Esto es algo doctrinalmente ortodoxo y que no siempre entienden quienes juzgan que el pueblo ama “excesivamente” a la Virgen.

En varias oportunidades, Tello explicaba teológicamente como es esa unión indisoluble entre la Madre y el Hijo. Este teólogo sostiene que para la tradición de la Iglesia, Cristo y María son “uno”. Por supuesto que mantiene que son personas distintísimas (una es creada y la otra increada) y que de ningún modo esta unidad debe entenderse como una unidad ontológica. Aún así, Cristo se ha unido a todos los hombres, que son miembros suyos, es unum con su Iglesia (cfr. Jn 17,22). En primer lugar, de modo eminente, se ha unido a la Virgen.

Parte de esta explicación tiene un fuerte argumento de autoridad. En 1854 Pio IX declara el dogma de la Inmaculada Concepción con la bula Ineffabilis Deus. Allí enseña que Dios estableció “con el mismo decreto el origen de María y la encarnación de la divina Sabiduría”. En una conversación en el año 2000 en la que Tello comentaba esta bula papal decía: “Esto significa lo siguiente: que cuando Dios mira a Cristo y determina que Cristo exista, en el mismo momento, en el mismo acto intelectual con que lo ve y lo determina a Cristo, la ve y la determina a la Virgen. (Habría mucho que explicar sobre esto). Cristo no existe en la mente de Dios, que es el modo principal de existir, sin la Virgen. Cristo lo que es, es según la concepción de Dios. Todo lo que es Cristo, es lo que Dios ha concebido y ha querido para Cristo. Y Dios ha concebido a Cristo junto con María. Por eso yo digo esa fórmula: Cristo no existe sin María. No existe en la mente de Dios. No existe el concepto mismo de Cristo Ungido como Mediador sin María.”

Dios mismo la ideó a María y la quiso unida a Cristo de modo estrechísimo e indisoluble. Y el hombre no ha de separar lo que Dios ha unido. Esta unidad tan fuerte entre Cristo y María es lo que el pueblo conoce -sin atinar a formularlo- y expresa en sus devociones marianas. Ese “Dios y la Virgen” siempre a flor de labios en nuestro pueblo es un signo elocuente de esto.

Por otra parte, Tello explica que Cristo y María son el fin de la vida del hombre. Dios es la bienaventuranza eterna, la salvación misma. Y Cristo, que es Dios y hombre, en cuanto Dios es término de nuestra salvación y en cuanto hombre es medio, agente, autor de nuestra salvación. La Virgen María, al ser “uno” con Él también puede considerarse como formando parte del término de nuestra salvación. Pero leamos algunos párrafos de un apunte del mismo Tello para entender mejor esta cuestión tan delicada:

“La Virgen María está, como es obvio, unida a la humanidad, a toda la humanidad de Jesús, pero por ser Madre de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad también está intrínseca, íntima, estrecha e indisolublemente unida a la divinidad. Y así como Cristo es medio y es fin de la salvación de los hombres, la Virgen María lo complementa en ambos aspectos: como medio y como término de la salvación. Esto es muy importante percibirlo para entender mejor a la Virgen, pero también lo es para poder entender la fe y devoción de nuestro pueblo cristiano.

Cristo, Dios hecho hombre, es término y es medio de la salvación, pero el término y fin racionalmente es primero que el medio, por eso -si se puede hablar así- Cristo es ante todo la misma Salvación, término querido. Luego, consecuentemente es también medio y camino de salvación.

Dado que la Virgen es “uno” con Cristo, ligada indisolublemente con Él como hombre y como Dios, ella también es primariamente y ante todo parte de la salvación misma (forma intrínsecamente parte del término) y consecuentemente forma parte asimismo del medio y camino, cooperando de muchas maneras con las obras de la salvación.

A Cristo le fue dada por el Padre la salvación, para que Él, Dios-hombre, sea la salvación misma y para que Él la realice. Pero con Cristo y siendo “uno” con Él, puso a la Virgen para que sea también parte de la salvación y para que sea parte en su realización, ella es participadamente término y medio.

Por tanto, negar que la Virgen sea medio -y un medio privilegiado para obtener la salvación- es un error contra la enseñanza divina, pero negar que forma parte del término -y en este sentido es término- también es un error y en cierto sentido más grave. Aunque esto último no se niegue formalmente, minimizar que sea término o callarlo de costumbre y sólo dirigirse a Ella como medio, parece ser una actitud menos recta.

Nuestro pueblo ve siempre a la Virgen junto con Dios, como formando parte del complejo divino que da el sentido último a la vida del hombre. De acuerdo con lo que puede ser considerado un elemento esencial de la revelación de Jesucristo ve a Dios como Padre y a la Virgen María (que es el “rostro maternal de Dios”, según el Papa) la ve como Madre (unida a Dios, de parte de Dios) con todo lo que dicho concepto y término -“madre”- significa para nosotros en nuestra cultura.

Junto con eso la reconoce como medio excelso y singular de salvación, pues la madre no abandona a sus hijos y está siempre con ellos.

La posición de nuestro pueblo con respecto a la Virgen -a la que ve siempre del lado de Dios a quien con razón considera principio y fin o término de la vida- es pues plenamente ortodoxa y en cierta manera es más verdadera que otras posiciones que también se dan en la Iglesia y que consideran a la Virgen prácticamente sólo como medio para la salvación”.

Es por esto que Tello cree que es un error utilizar a la Virgen como un instrumento para anunciar a Cristo. Así como a Cristo no se lo instrumenta para llegar a Dios, tampoco a María hay que usarla como instrumento para llegar a Cristo. Eso sería separarlos en aras de un falso “cristocentrismo”. Pero Cristo sólo no existe, por eso el verdadero cristocentrismo es ser también mariano. Nadie dudaría del cristocentrismo de Juan Pablo II a pesar del lema apasionadamente mariano de su escudo: Totus tuus. Si algunos en la Iglesia piensan que puede anunciarse a Cristo sin María, o dejándole a ella sólo un lugar accidental, tal vez sea por influencia de la mentalidad protestante, siempre temerosa de que la devoción mariana coloque a la Virgen en un lugar que menoscabe la única mediación de Cristo. Tello sostiene que en la evangelización, el anuncio debe ser de Cristo y María porque están estrechamente unidos. Cuando el pueblo crece en amor a la Virgen, conjuntamente crece en amor a Cristo.

Conclusión

Este folleto sólo intenta presentar someramente algunas enseñanzas del padre Tello sobre la Virgen. Ciertamente que muchos de los temas requieren una mayor explicitación pero esperamos que lo dicho sea suficiente para ayudar a sacerdotes y laicos interesados en conocer y acompañar la vida cristiana del pueblo pobre latinoamericano.

Creemos que así como María fue la estrella de la evangelización de América Latina, debe serlo de la Nueva Evangelización. Tello insistía en que sin la Virgen, o con Ella sólo como un instrumento no tendremos las fuerzas que se necesitan para continuar y completar la primera evangelización. Alguna vez lo formuló incisivamente: “La Nueva Evangelización será con la Virgen o no será”.

Por eso, para ser fieles a la misión de evangelizar a nuestro pueblo, vemos necesario esforzarnos por conocer cada día más cuales son los caminos por donde fluye este amor tan especial entre la Virgen y sus hijos más pobres, a quienes guardará siempre en sus ojos como guarda a Juan Diego reflejado en sus pupilas.

Y esperamos, y hacemos votos, para que este conocimiento nos impulse a gozarnos en la vida cristiana de nuestro pueblo, que responde a la mirada compasiva de María ofreciéndole filialmente “alma, vida y corazón”.