viernes, 18 de noviembre de 2011

El Sínodo sobre la Nueva Evangelización y la Iglesia latinoamericana

“¡Ay de mí si no evangelizara!” (1Co 9,16) escribe San Pablo apasionado por anunciar y Cristo y su mensaje de amor. Con esa misma inspiración, Pablo VI en Evangelii Nuntiandi enseña que “evangelizar constituye la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda” (EN 14). La razón de ser de la Iglesia es comunicar el amor de Dios que se hace hombre en Jesucristo, quien con su muerte y resurrección nos libera del poder del pecado y de la muerte. Todos los esfuerzos de la Iglesia, todas sus instituciones (parroquias, movimientos, colegios, etc.) toman sentido en la medida en que se orientan a hacer presente el amor de Dios en el mundo.
Juan Pablo II, queriendo suscitar un nuevo fervor misionero, llama a la Iglesia a una Nueva Evangelización, que debe ser “nueva en su ardor, en sus métodos, en su expresión” (Discurso al CELAM en Haití, 9/3/1983). No se trata de “re-evangelizar” prescindiendo de lo que ya se hizo, sino de “una evangelización que continúe y complete la obra de los primeros evangelizadores” (Homilía en Santo Domingo, 12/10/1984). Ese llamado, que fue hecho primeramente para las Iglesias de América Latina, luego se extendió a toda la Iglesia. Dice la exhortación post-sinodal Christifideles Laici:
“La Iglesia tiene que dar hoy un gran paso adelante en su evangelización; debe entrar en una nueva etapa histórica de su dinamismo misionero. […] Las llamadas Iglesias más jóvenes necesitan la fuerza de las antiguas, mientras que éstas tienen necesidad del testimonio y del empuje de las más jóvenes, de tal modo que cada Iglesia se beneficie de las riquezas de las otras Iglesias” (ChL 35).
Ya concluida la primera década del tercer milenio, Benedicto XVI vuelve a impulsar esa intuición renovadora de su predecesor dando dos pasos fundamentales en ese sentido. El 21 de septiembre de 2010 crea un dicasterio ad hoc: el Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización. Y el 24 de octubre de 2010 decide dedicar la próxima Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos –a celebrarse en octubre de 2012– a reflexionar sobre La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana.

¿Qué podemos aportar al Sínodo?

Ante la inminencia de este evento, cabe preguntarnos: ¿Cuál es el aporte específico que puede hacer la Iglesia latinoamericana a esta Asamblea que buscará “examinar la situación actual en las Iglesias particulares, para implementar […] nuevos modos y expresiones de la Buena Noticia”? (Lineamenta, prefacio). Los Lineamenta para la preparación del Sínodo invitan a las Iglesias particulares a preguntarse: “¿Qué ejercicios de discernimiento histórico sería útil compartir en el seno de la catolicidad de la Iglesia?” (Ibíd. 4,2). En otras palabras, de todas las riquezas que Dios desplegó en la Iglesia universal, ¿cuáles son las que se destacan especialmente en la vida de nuestro pueblo fiel y que merezcan ser comunicadas a las otras Iglesias para ser tenidas en cuenta en la Nueva Evangelización?
Un cauce para la reflexión nos abren las recientes palabras del presidente del Pontificio Consejo para la promoción de la Nueva Evangelización, el arzobispo Rino Fisichella, en el Encuentro internacional con delegados de Conferencias Episcopales y de “realidades eclesiales”. En su discurso inaugural, propuso que el cambio de perspectiva de la Nueva Evangelización, se da si pasamos de la “misión al pueblo” a un “pueblo en misión” (“Il passaggio dalla ‘missione al popolo’ a il ‘popolo in missione’ deve far comprendere il cambiamento di prospettiva che muove la nuova evangelizzazione”, Oss Rom, 16/10/2011).
En la Iglesia Argentina, esta “perspectiva” tiene hondas raíces, tanto en su magisterio episcopal como en la materialización de acciones pastorales con distinta raigambre en nuestra vida eclesial y en escenarios históricos diversos. En efecto, ya el Documento de San Miguel decía en las Conclusiones del capítulo VI sobre la religiosidad popular:
“Que la Iglesia ha de discernir acerca de su acción liberadora o salvífica desde la perspectiva del pueblo y de sus intereses, pues por ser éste sujeto y agente de la historia humana, que ‘está vinculada íntimamente a la historia de la salvación’ (Medellín, Mensaje a los pueblo latinoamericanos), los signos de los tiempos se hacen presentes y descifrables en los acontecimientos propios de ese mismo pueblo o que a él afectan” (VI,4).
Y también: “Que por tanto la acción de la Iglesia no debe ser solamente orientada hacia el pueblo, sino también, y principalmente, desde el pueblo mismo….” (VI,5).
Más recientemente, en Navega mar adentro el episcopado argentino afirma con llaneza que todo el pueblo cristiano debe ser protagonista de la Nueva Evangelización y que para ello la fuerza evangelizadora de la religiosidad popular es elemento clave:
“Reconocemos el potencial misionero de todo el pueblo bautizado como protagonista, no sólo destinatario, de la Nueva Evangelización. Para ello, es de primera importancia atender a la religiosidad de nuestro pueblo, no sólo asumiéndola como objeto de evangelización sino también, por estar ya en alguna medida evangelizada, como fuerza activamente evangelizadora. Valoramos y queremos acompañar el actuar misionero espontáneo y habitual del pueblo de Dios. Hay una búsqueda de Dios que se percibe en las manifestaciones de la piedad popular, que otorga identidad cultural a nuestro pueblo y es transmisora de verdadera fe católica” (NMA 76).
En el mismo sentido se han expresado a nivel continental las tres últimas Conferencias del CELAM. En ellas se enseña que la cadena de transmisión de esa evangelización que hace el pueblo es –sobre todo– su arraigada piedad popular. De la cual dijo Benedicto XVI al inaugurar la Conferencia de Aparecida que es el “precioso tesoro de la Iglesia católica en América Latina” (DA 258).

América Latina es una originalidad histórico-cultural

Desde esta perspectiva, parece adecuado proponer el tema de la piedad popular como un elemento original de nuestras Iglesias particulares para ofrecer a la Iglesia toda. De hecho, algo similar ya ocurrió en 1992 durante la redacción del Catecismo de la Iglesia Católica. En este importante texto de la Iglesia universal, a la hora de valorar teológicamente la piedad popular se asumen explícitamente elementos de la teología latinoamericana plasmados en el Documento de Puebla (cfr. CCE 1674-1676).
La piedad popular latinoamericana tiene hondas raíces en la vida de nuestro pueblo. Viene desde los tiempos de la primera evangelización de nuestro continente. Según Aparecida “es parte de una ‘originalidad histórica cultural’ de los pobres de este continente, y fruto de ‘una síntesis entre las culturas y la fe cristiana’” (DA 264).
Esta idea, de que la fe cristiana al encarnarse en el nuevo pueblo de América Latina encontró formas originales de expresarse, está reflejada en Puebla cuando afirma que “el Evangelio encarnado en nuestros pueblos los congrega en una originalidad histórico-cultural que llamamos América Latina” (DP 446). En nuestras tierras, durante cinco siglos se gestó un modo original de vivir la fe cristiana que Aparecida considera una verdadera espiritualidad popular o mística popular:
“La llamamos espiritualidad popular. Es decir, una espiritualidad cristiana que, siendo un encuentro personal con el Señor, integra mucho lo corpóreo, lo sensible, lo simbólico, y las necesidades más concretas de las personas. Es una espiritualidad encarnada en la cultura de los sencillos, que no por eso es menos espiritual, sino que lo es de otra manera” (DA 263). Se trata de un camino propio por donde el Espíritu Santo ha llevado a millones de latinoamericanos y del cual pueden esperarse muchos frutos en orden a una Nueva Evangelización (más datos sobre la espiritualidad popular en Aparecida en: E. Bianchi, Vida Pastoral 282, El tesoro escondido de Aparecida: la espiritualidad popular).
Una Nueva Evangelización que –como pedía Juan Pablo II– “continúe y complete la obra de los primeros evangelizadores” encuentra en la piedad popular un “imprescindible punto de partida para conseguir que la fe del pueblo madure y se haga más fecunda” (Directorio sobre la Piedad Popular y la Liturgia, 64. Cfr. DA 262).

La espiritualidad popular es una fuerza activamente evangelizadora

En la piedad popular latinoamericana –enseña Benedicto XVI- “la fe se ha hecho carne y sangre”, y “a través de ella, la fe ha entrado en el corazón de los hombres, formando parte de sus sentimientos, costumbres, sentir y vivir común” (Discurso a los participantes en la Asamblea Plenaria de la Comisión Pontificia para América Latina, 8/4/2011). 
De aquí el inmenso potencial evangelizador que subyace en esta espiritualidad de nuestro pueblo y que podemos aprovechar en esta Nueva Evangelización. Puebla lo explica con claridad: “La religiosidad popular no solamente es objeto de evangelización sino que, en cuanto contiene encarnada la Palabra de Dios, es una forma activa con la cual el pueblo se evangeliza continuamente a sí mismo” (DP 450).
También llama a “descubrir el potencial evangelizador de los pobres” (DP 1147; LPNE 59) ya que este modo latinoamericano de vivir la fe se conserva “de un modo más vivo y articulador de toda la existencia en los sectores pobres” (DP 414).
En la misma línea se expresan los obispos reunidos en la V Conferencia de Aparecida cuando la presentan como una fuerza evangelizadora:
“La piedad popular es una manera legítima de vivir la fe, un modo de sentirse parte de la Iglesia, y una forma de ser misioneros, donde se recogen las más hondas vibraciones de la América profunda. […] En el ambiente de secularización que viven nuestros pueblos, sigue siendo una poderosa confesión del Dios vivo que actúa en la historia y un canal de transmisión de la fe. […] El participar en manifestaciones de la piedad popular […] es en sí mismo un gesto evangelizador por el cual el pueblo cristiano se evangeliza a sí mismo y cumple la vocación misionera de la Iglesia” (DA 264).
En este modo de vivir la fe de nuestros pobres, la Madre del Señor tiene un protagonismo especial. En su rostro moreno “encuentran la ternura y el amor de Dios” (DA 265) y “ven reflejado el mensaje esencial del Evangelio” (ibíd.). Este amor a la Virgen que tiene el pueblo latinoamericano “ha sido capaz de fundir las historias latinoamericanas diversas en una historia compartida” (DA 43). Ella es quien –desde los más pobres– reúne a sus hijos e “integra a nuestros pueblos en torno a Jesucristo” (DA 265). Ella los atrae y los lleva a Cristo desde los incontables santuarios marianos de nuestro continente: “La decisión de partir hacia el santuario ya es una confesión de fe, el caminar es un verdadero canto de esperanza, y la llegada es un encuentro de amor. La mirada del peregrino se deposita sobre una imagen que simboliza la ternura y la cercanía de Dios […] Un breve instante condensa una viva experiencia espiritual” (DA 259).
Por supuesto que estos documentos magisteriales no entienden esta evangelización que hace el pueblo como si fuera un mecanismo rígido y fatal del que la Iglesia sólo deba ser un espectador inerte. La evangelización popular es algo vital, es la fe que un pueblo transmite a sus nuevas generaciones al propagar una actitud cristiana ante la vida y la muerte. La piedad popular es –repitiendo palabras de Benedicto XVI- “la fe hecha carne y sangre” y un pueblo cristiano suscita fe en la medida en que engendra carne y sangre.
La Iglesia, lejos de ser un convidado de piedra, siempre está llamada a fecundar y fortalecer esta evangelización popular. Cosa que logrará de mejor manera en la medida que entienda este proceso y encuentre acciones pastorales que sintonicen con el mismo. La piedad popular latinoamericana, a pesar de su aparente autonomía, es expresión de una fe que se reconoce en referencia a la Iglesia. En Navega mar adentro los obispos argentinos dirán que “es un hecho alentador y un regalo de Dios, que un gran número de bautizados expresan su fe católica mediante los gestos de la piedad popular, con hondo sentido de la trascendencia, y de esta forma mantienen su vínculo con la Iglesia católica” (NMA 91).

El escenario cultural de la Nueva Evangelización

Los Lineamenta para el Sínodo, en el número 6, al describir el “escenario cultural de fondo” en el que se moverá la Nueva Evangelización hace hincapié casi exclusivamente en el fenómeno de la secularización. Explica que el secularismo es un estilo de vida que está “radicado de un modo particular en occidente” y que “imagina la vida del mundo y de la humanidad sin referencia a la trascendencia”. Esta “forma cultural invade la vida cotidiana de las personas y desarrolla una mentalidad en la cual Dios está, de hecho, ausente, en todo o en parte, de la existencia y de la consciencia humana”.
Evidentemente, el secularismo es un fenómeno creciente y preocupante en nuestras sociedades, sobre todo en los niveles socio-económicos medio y alto. Aun así, debe reconocerse que en América Latina, donde vive la mitad de la Iglesia católica, el escenario cultural es diverso al de Europa. Las grandes mayorías de pobres que pueblan nuestro continente viven según un estilo de vida que poco ha sido tocado en su núcleo por la secularización. En ellos, la espiritualidad popular ha sido un eficaz antídoto frente a este modo de vida que viene de los países más desarrollados. En efecto, si el secularismo se caracteriza por proponer una humanidad cerrada a la trascendencia y una actitud existencial en la que Dios está ausente, la espiritualidad de nuestros pobres se caracteriza por la apertura a lo divino y por tener permanentemente presente a Dios en la vida cotidiana. En este sentido, Aparecida afirma que esta espiritualidad “en el ambiente de secularización que viven nuestros pueblos, sigue siendo una poderosa confesión del Dios vivo que actúa en la historia y un canal de transmisión de la fe” (DA 264).
Por eso parece adecuado que la Iglesia latinoamericana enriquezca la mirada de la Iglesia universal complementando la visión cultural europea, que pone foco en el secularismo, con una visión autóctona que dé cuentas de las riquezas que Dios despliega entre nosotros en la vida cristiana de los más pobres.

Dilema siempre actual

Por último, recordemos que “en el ámbito de la piedad popular la Iglesia cumple con su imperativo de universalidad” (DP 449). Por eso, el desafío de la Nueva Evangelización de nuestro continente vuelve a hacer actual la disyuntiva que presentaban los obispos en Medellín y en Puebla: “Esta religiosidad pone a la Iglesia ante el dilema de continuar siendo la Iglesia universal o de convertirse en secta, al no incorporar vitalmente a sí, a aquellos hombres que se expresan con ese tipo de religiosidad” (Med VI, 3; DP 462).
Enrique Ciro Bianchi
1.11.2011
Solemnidad de Todos los Santos.

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